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ACCIONES FULGUROSAS, CUERPOS HERMANADOS

por María Eugenia Bifaretti

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Nos preparamos para el ritual, como en cada ensayo de Fuego: cuerpo entrando en calor, voces que lanzan textos y pedazos de boleros, zapatos, sobrefaldas o vestidos, algún rouge barato y chillón. La convicción del escucharnos y el estar. 


Y entonces suena un bolero. Aguardamos el momento de accionar sumergidas en un territorio bastardo, repleto de brillos y plástico. Desde afuera nos avistan varias miradas, pero adentro usamos las nuestras como lanza, y montadas en tacos y lentejuelas batallamos nuestras feminidades espectaculares. Entre suspiros, llantos artificiosos, luchas de cotillón y risas brujiles montamos nuestro ritual de hermandad. Siempre entre las tres, la alianza es constante: las pieles frotándose, nuestros cuerpos que se rozan y se enfrentan, miradas entrelazadas y palabras subrayadas. Esa alianza que nace del deseo rabioso, del morbo embelesado, del goce mordaz que hace aumentar la intensidad y transforma a la lámpara en rayo de sol y al sótano en galería. 


Adentro el calor crece, la humedad avanza impetuosa y persiste la convicción de que a la llama sólo es posible domarla estando presente. Un presente cargado de acciones en tensión, que oscilan entre lo pudoroso y lo osado, lo contenido y lo estallado, lo preciso y lo desaliñado. 


Los aros se van cayendo, los maquillajes se nos corren, el peinado se desarma, las pieles brillan de sudor: y ahí estamos. Dando batalla, desde un mundo artificioso, al entramado de discursos que apuntan nuestro ser mujer. Y en ese fuego tremendo nos encontramos, aullando y danzando, contagiándonos la potencia de lo ardido. El espacio se oscurece, los cuerpos sólo quedan iluminados por las lucecitas de colores. De espaldas, las siento a lado mio emanando calor, fogosas, bestiales, gigantes. Quiero quedarme acá por siempre.

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