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UNA DRAMATURGIA ESTALLADA

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por Gisela Campanaro

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Hay una historia. Después de un tiempo de escribir obras de teatro empecé a transitar lo escénico. Puse mi cuerpo y apareció algo indefinible, caótico, conmovedor, dramático; bello hasta el hartazgo. En ese encuentro con el escenario volví a leer a Manuel Puig. Y me reapareció un deseo que evidentemente había guardado muy bien: las telenovelas a las tres de la tarde con mi tía, mi hermana, mis primas. Las charlas de mi abuela con sus hermanas cuando venían de visita desde Corrientes. Sus risas, sus complicidades. Mi abuela y su desolación de vieja, su encierro. Las mujeres de mi familia. Mis viajes a Misiones y a Corrientes a visitar a mis tías abuelas. Conocer un litoral en el que vivió mi abuela toda su juventud. Descubrir, con mi mirada, todo lo que ella nunca me contó. Mi fantasía sobre su pasado de mujer. O lo que quisiera ficcionalizar para ella, para mí, para nosotras. Mujeres que estallan de deseo, que tienen el cuerpo erotizado, en éxtasis, pero a la vez viven inmersas en ese dolor del encierro, de lo prohibido, de la necesidad imperiosa de aguantar y cumplir.

Entonces, una foto. Mi abuela y sus hermanas. Las tres jóvenes, en su Bella Vista natal, con vestidos floreados y zapatos blancos. Y un hombre, al costado, “interrumpiendo” la foto: el marido de mi tía abuela. Si en un principio comencé a escribir textos que hablaban de mujeres viejas, con batones, tal como yo conocí a mi abuela y a sus hermanas en mi infancia, el deseo me llevó hacia otro lugar: traer, en mis textos, a las mujeres jóvenes de esa foto. La fantasía de “lo que pudo haber sido”.

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Los textos de la obra nunca mantuvieron un orden específico. Hubo intentos de organización: textos mágicos, monólogos de mujer, textos con adivina, diálogos entre mujeres, diálogos con hombre. Sin embargo, el devenir de los ensayos y los lugares a los que nos fue llevando la obra implicó, aún hoy, un escribir y reescribir constante.

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Si en sus inicios pensé la dramaturgia desde la construcción de las voces de esa foto, las mismas se fueron transformando hasta friccionar, a través de diálogos constantes, con aquellas mujeres. Entonces las preguntas me atraviesan, nos atraviesan: ¿quiénes son estas mujeres? ¿qué desean? No hay respuestas, sí algunas certezas: no encuentran la calma; conviven con el deseo, la sed de que pasen cosas; están saturadas/ asfixiadas/  estalladas de calor.

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¿Dónde estaba mi deseo como dramaturga y actriz? En mis amores tensionados: mi abuela y el universo del litoral; el éxtasis de Isabel Sarli en sus películas; las novelas de Manuel Puig, su melodrama estallado; las películas de Almodóvar; la siniestra fricción entre el goce femenino y el deber ser. Entonces aparecieron los boleros y con ellos la danza, la voz, el goce en la piel desnuda, en la canción. Las letras en tensión con esas mujeres gozosas de sus propios cuerpos, como “la Coca” Sarli, acariciándose frente a un espejo, desnuda en una playa, en la nieve.

El melodrama se hizo cada vez más presente. Siempre pensé en su magia. Algo tiene que atrapa, que conmueve, que deleita. Habiendo atravesado una formación en Letras que señalaba, como un mandato, qué leer, (lo supuestamente relevante, lo canónico) pensé: ¿por qué no  engolosinarme con ese placer de mi infancia de mirar las telenovelas a la siesta, de leer esos libros llenos de historias melodramáticas? ¿Por qué no volver a escuchar los diálogos de las mujeres de mi familia? ¿Por qué no llevar ese goce a lo que, es para mí, desde mi cuerpo que asumo como femenino, transitar un escenario? Entonces, con el mismo despojo con el que leía una novela que me encantaba y no importaba nada más que estar atrapada en esa historia, empecé a escribir. Desde el placer. Desde las tensiones del deseo a flor de piel. Los textos fueron surgiendo caóticamente, pero no dejaban de aparecer. Luego, cuando comenzaron los ensayos, esos textos se hicieron cuerpo, escena; entonces surgió un proceso de escritura diferente. La escena viva comenzó a reescribir, priorizar, de alguna forma ordenar ese relato. De allí aparecerá el guión.

Si el melodrama es eje en esta obra, ¿dónde, está, entonces el litoral? Este universo se refleja, fundamentalmente, en lo discursivo; en los paisajes que construyen las voces de los personajes, en sus palabras. Sin embargo, no se trata de una mera reproducción de modos de decir del litoral (por ejemplo el uso del “le”) sino en qué y cómo se cuenta:

 

Irrumpe Mimí. Alborotada por un sueño de siesta...

Mimi: Soñé con el Pomberito, otra vez.

Angélica: ¡Dios me libre y me guarde…! (cuando escucha a su hermana entra con urgencia)

Mimi: no, no, era un sueño bello…

Coca: cuidado hermana, que el Pomberito enamora a las pavotas como vos…

Mimi: me acariciaba con una suavidad… no era feo como dicen, tenía el pelo largo, negro. Yo pensaba en el hijo.

Angelica: te vas a volver loca. El pombero se te mete en el pensamiento y en la carne para siempre.

Coca: y mata a los pretendientes.

Mimi: ¿eso dicen?

Coca: Sí. Él rechaza a todo el que se le acerca a su mujer amada. Le quiere sólo para él, así de vicioso es.

Mimi: Yo solamente lo soñé… me tocaba el vientre pero él me quitaba las manos.

Angelica: vos creés que es un sueño hasta que se te confunde todo y ya no sabés quién sos.

Mimi: ¿y si tengo un hijo del Pombero? ¿qué hago?

Angelica: te va a salir feo y el rubio no te va querer.

Las tres (en un suspiro): … ¡el rubio!

Mimi: era tan lindo el sueño. Qué caricias… (se va, embelesada a buscar algo)

Angélica: ¿saldremos de acá algún día?

Coca: ¿y si un hombre te lleva?

Angelica: ¿qué vas a hacer entonces?

 

Soy un camalotal. Gigante. Me rodean los yacarés y todo el bichaje del río. Pato, chancho, cabra y que las chicharras me rompan los tímpanos. No voy a ser una mujer de manos gastadas, frotadas, de uñas comidas, no. Una mujer que... aguantar, aguantar, aguantar…

 

Fuego en tus ojos es deseo. Piel transpirada por el calor húmedo del litoral. Siestas de ensoñación y sueños mágicos. Velos transparentes y abanicos que acarician la piel. El deseo de tres mujeres. Gigante, inconmensurable. Cuerpos jóvenes, tersos, deseantes, que no entienden cómo ni por qué. Qué hacer, cómo hacer. Pero siempre están a punto de estallar.  Como una novela que no podemos dejar de mirar, hay una clara intención en esta obra de seducir. Pero esta seducción generada en un primer momento implicará, luego, una “traición”. Atrapar al espectador para luego traicionarlo, dejarlo a medias, no contarle toda la historia, hacerle creer que el relato va por un lado pero después… La molestia del corte publicitario en el mejor momento. El artificio del continuará. Transitar lo impuro del género melodramático, la risa incómoda del espectador, los cuerpos  afectados de las actrices, sus lágrimas de colirio. Friccionar esos gestos “artificiosos” con el vértigo de lo performático.

Entonces, mis preguntas, una y otra vez. Por qué a las mujeres que miraban telenovelas, como a mi tía, las trataban de tontas. Qué secretos escondía mi abuela debajo de sus uñas carcomidas y su delantal de cocina. Qué palabras. Por qué ser correntina, para mi mamá, a veces era una vergüenza. Para ellas, para nosotras, mi fantasía, mi querencia, mi amor en esta obra. Cuerpos y palabras deseantes, erotizadas, que, en un universo contenido, estallan hasta volverse éxtasis. Fuego que perdura y quema.

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